EL ARTE DE HACER

no es de mi autoria pero me encanto 

Por P. HERNANDO URIBE C., OCD * | Publicado el 21 de septiembre de 2012.
Fuente: http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/el_arte_de_hacer/el_arte_de_hacer.asp?CodSeccion=219

Ser y hacer son las dimensiones esenciales de la vida humana, distinguibles, no separables. Soy lo que hago, hago lo que soy. Si robo, soy ladrón; si amo, soy amante; si creo, soy creador.

Soy fiel a mí mismo haciendo lo que soy, criatura de amor, la meta que determina mi identidad, ubicación y pertenencia.

Actuar con amor es el modo de los modos, gracias al cual, cada acción mía se dignifica, se humaniza y aun se diviniza.

Dios es amor y por eso es Creador: sale de sí mismo a crear criaturas de amor. Me trae a la existencia dotado de ojos, oídos, olfato, gusto, tacto, entendimiento, memoria y voluntad para actuar con ellos por amor.

Contemplo con admiración y gratitud mis potencias y sentidos. Mis potencias están también en mi cuerpo, y mis sentidos en mi alma. Mis ojos entienden y mi entendimiento mira. Sabiduría de los ojos y mirada del corazón.

Me resuena más por dentro que por fuera: “Sólo se ve bien con el corazón”. Veo por horas interminables lo que no se puede ver.

Mi olfato se pasma de tanta capacidad para entender. Me dice una y otra vez: eso huele mal, déjalo; eso huelo bien, tómalo. Camino por una recóndita ladera que nadie ha ollado aún, y ¡qué delicia!, pues me conduce adonde quiero llegar.

Cultivo con esmero mis potencias y sentidos para secundar la obra creadora, viendo, escuchando, oliendo, gustando, tocando, entendiendo y recordando con amor. Aun sin darme cuenta, participo así de la condición divina, me vuelvo uno con el Creador.

“La acción es la verdadera fiesta del hombre”, escribió Goethe. Descubro el valor de esta afirmación poniendo amor en la acción que realizo. Miro, oigo, huelo, gusto y toco con amor; y también entiendo y recuerdo con amor.

Me encanta leer una carta escrita con amor. A medida que leo, inunda mis ojos de amor, pues me une de modo inaudito con quien la escribió. Y cuando la escribo yo, hasta el papel y la tinta, delirantes de amor, se vuelven divinos.

“Cuando tú me mirabas / su gracia en mí tus ojos imprimían”, canta san Juan de la Cruz . La oración es una mirada sin tiempo y sin espacio, tierna, sutil, delicada. Me mira y lo miro. Su mirada hace divina mi acción.

Arte de tocar. Mientras leo la parábola del hijo pródigo, siento la suave suavidad de una caricia.

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