La Casa de los Sueños IV -- (El Pequeño)

Sus pequeñas hojas verdes, llenas de pequeñas venas, que brillaban tenuemente con la luz del día, se mecían al arrullo del viento y su tallo frágil muy muy delgado, que aún era verde y delicado, no como el nuestro cubierto de escamas de nuestra piel vieja, se movía con lentitud de un lado a otro, parecía que suspiraba profundo por ratos y a veces parecía que no respiraba, hasta que de la nada volvía a mecerse. Nos turnamos durante toda la noche para cuidarlo, nos enternecíamos de solo verlo, tratábamos de descubrir si era igual a nosotros o si era de una familia diferente, pero eso no era importante todos somos una gran familia.

El silencio, el frío y la oscuridad de la noche hacían presencia, la luna y las estrellas iluminaban al pequeño tenuemente, parecía que ellas también se admiraban de verlo en medio de nosotros. Un viento frío nos recorrió y nos mecimos con su paso, todos dormitábamos como era costumbre y el rocío que manaba de nuestras hojas comenzó a llenar el aire, casi todos estábamos dormidos y la paz reinaba como siempre en medio de nosotros, hasta que de pronto un grito nos estremeció a todos, era casi como un aullido, como si alguien estuviese muriendo, nos sobre saltamos todos y con los ojos bien abiertos tratábamos de buscar donde se había producido tal grito.

Permanecimos alerta y en silencio, con los ojos bien abiertos, y entonces comenzamos a escuchar un sollozar, suave y melancólico en medio de nosotros y entonces todos miramos abajo y vimos al pequeño, era él quien sollozaba y era él quien había gritado, sus hojitas pequeñas estaban aún más llenas de rocío que las nuestras, parecían grandes lágrimas. Entonces nos acercamos a él, era tan triste verlo así y le preguntamos:
-¿qué te pasa? ¿Estás bien?
Y en medio de sus sollozos alzo su pequeñas hojas haciendo que el rocío cayera y rompió en llanto, un llanto inconsolable; alguna vez hemos visto a los niños humanos llorar de esa forma o tal vez peor, pero nunca a uno de los nuestros, Aquella noche él permaneció llorando, los más cercanos tratábamos de protegerlo y acompañarlo, pero por momentos parecía inútil.

Al amanecer, aun se sentían sus sollozos, había permanecido toda la noche así, en esa inconsolable tristeza. El sol despuntaba por entre las montañas y sus potentes rayos comenzaban a tocar nuestras hojas y pronto alcanzo al pequeño también, que aun sollozaba dormitando, cuando sintió el calor del sol despertó entre bostezos y lágrimas, nos miraba a todos con cara de asombro, parecía tener miedo, pero permanecíamos en silencio, él y nosotros, nos mirábamos, hasta que uno de los más viejos le pregunto: ¿Cómo te llamas?
Nos miró y con su voz aun matizada por la tristeza, respondió: "soy un Tabebuia chrysantha, así me llaman los hombres que estudian, y los demás me dicen: Guayacán amarillo."
Era en realidad era de una familia diferente a la nuestra, pero eso no nos hacía indiferentes con él.

Entonces comenzó a arreglarse sus hojas pequeñas, se limpiaba un poco con la escarcha que tenía sobre ellas, y seguía sollozando, ¿porque estaba tan triste? era lo que todos queríamos saber, pero preguntarle era arriesgarnos a que su llanto explotara. El día comenzó a transcurrir sin mayor novedad, todos estábamos al pendiente del pequeño, en medio del día cuando estábamos concentrados en los rayos del sol, sentimos un cuchicheo cerca del pequeño, algunos miramos, era uno de los arbustos pequeños que llevaba un par de meses en haber retoñado nuevamente y uno de los más ancianos, que estaban platicando con él.

El pequeño les decía, que no sentía sus raíces, que estaba acostumbrado a que le trajeran su agua y que siempre había vivido bajo un techo casi negro que dejaba pasar tenuemente la luz de sol, que las personas se preocupaban de que su tierra tuviera las condiciones apropiadas, él estaba acostumbrado a estar rodeado de personas. El arbusto pequeño le enseño como tomar el agua y el sol, y el más viejo traba de consolarlo, pero luego de la nada se volvió muy optimista y decía que nuestra niña se vendría a vivir acá con todas las personas y que ya no estaríamos solos, que ella haría una casa en medio de nosotros, que las personas cuidarían de nosotros. Parecía que hablaba solo de utopías, pero estaba muy seguro de ellas, también nos habló de nuestra niña y nos dijo que lo que ella más quería era una familia y que las personas que amaba estuvieran cerca de ella.

Los días pasaban y el pequeño pronto se adaptó a nuestro estilo de vida, hablaba demasiado, nos contaba historias maravillosas y también de horror, tenía otra sabiduría acumulada, había días enteros en lo que no se callaba y otros días dormitaba. Él era optimista en que nuestra niña volvería y nosotros conservábamos la esperanza pero los días pasaban y no la veíamos.

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