La Casa de los Sueños V -- (Propiedad)

Una tarde el pequeño no se callaba, tenía mil cosas por contar, cuando uno de los que estábamos cerca de la carretera, lo interrumpió y dijo:
- La vi, la vi...

Estaba muy agitado mientras nos decía que había visto pasar a la niña en un vehículo blanco por la carretera, pero no se había detenido, algunos de nosotros en silencio solo podíamos pensar que ella nos había olvidado, que nuestra niña nos había abandonado y los más optimistas que no pudo parar. Pero con la noticia de su paso el pequeño se entusiasmó más de lo normal y solo decía que gracias a ella, él estaba con nosotros… y siguió hablando. Quienes habitamos las áreas externas al santuario nos sumimos en una interminable danza al vaivén del aire, y los de centro solo podíamos escuchar al pequeño... algunas de sus frases eran muy optimista, el conservaba la idea que nuestra niña viviría con nosotros, pero algunos de nosotros perdíamos la fe.

Y transcurrió el día sin más novedades que las interminables historias del pequeño, el sol había caído y quienes estaban al borde de la carretera comenzaban a dormitar, el entorno había tomado un matiz azul por la oscuridad de la noche, y cuando menos pensamos un vehículo blanco paro justo en frente de la entrada y había alguien parado al lado de él, no podíamos distinguirlo, solo escuchamos una delicada voz que decía: "pronto estaré aquí". La persona volvió a subir al vehículo y este arranco perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Nos quedamos sin saber que había pasado en aquel fugaz instante, ¿fue nuestra niña o fue otra persona?, y... si era otra persona, ¿qué sería de nosotros? y nos dormimos al arrullo del vaivén de los vehículos en la carretera, aquella noche pasaron más que de costumbre, y el frio se hacía más penetrante. Estábamos intranquilos, posiblemente la vida como la conocíamos había terminado...

Temprano en la mañana cuando aún sentíamos el rocío caer sobre nuestras hojas y antes que el sol nos tocara e iluminara todo, un vehículo blanco y azul de esos que pasan todos los días y a todas las horas, se detuvo justo en frente de nosotros, no tardo mucho y en un instante se marchó, dejando tras de sí una pequeña y delicada silueta planta al otro lado de la carretera. Logramos sentir sus ansiosos suspiros mientras cruzaba la carretera con rapidez, al llegar a la puerta sonreía con una extraña expresión, era nuestra niña, parecía un pequeño hombre de las montañas, tenía encima una prenda bastante grande que la cubría de pies a cabeza, soltó un morral que traía en la espalda y respiro profundo, como si fuera la primera vez que lo hiciera. Su carita se veía extraña en medio de aquella ropa que le cubría su cabecita.

Nos miraba y nosotros la mirábamos, y era como si nos amaramos...

Luego de mirarla por un largo rato nuestro idilio fue roto por unos extraños intrusos. Llego un vehículo de esos que a veces llevan cosas en la parte de atrás, bajaron dos hombres, no era el chico que ya conocíamos, ellos eran diferentes, saludaron amablemente a nuestra niña, ellos vestían unas extrañas ropas que les cubrían todo el cuerpo, como esos hombres que.... ¡Oh Madre Tierra! ¡Nos derribaran! ¡Nos harán caer! y nos helamos, un viento frio nos recorrió a todos en un instante y ni el sol nos calentó.

Entonces sucedieron cosas extrañas y nosotros solo podíamos observar, no lográbamos reaccionar ni procesar nada, luego llego aquella moto blanca que ya conocíamos y de ella descendió el hombre que cuidaba de la niña y otro hombre mayor, después de un par de minutos, llego el vehículo pequeño y blanco, de él descendieron la mujer hermosa, y otros tres hombres altos y uno de ellos muy elegante, que no paraba de hablar con la mujer hermosa, los otros dos bajaron del pequeño vehículo unos extraños aparatos, estábamos congelados ¡había llegado nuestra hora!

Fue algo muy extraño los hombres de las extrañas ropas tomaron unos morrales grandes el vehículo en el que habían llegado, y un par de herramientas, entonces ellos comenzaron a caminar tras el hombre mayor y los dos hombres con extraños aparatos que seguían el borde de la carretera, hasta detenerse en un punto alejado de nuestra puerta, los hombres de extraños aparatos y el hombre mayor comenzaron señalar lugares a los otros hombres, ¡nos estaban marcando! y conforme señalaban los hombres colocaba trozos de nuestros hermanos en medio de nosotros, era doloroso sentir como los ponían con brusquedad en medio de nosotros, ellos ya estaban muertos pero los abrigábamos,  los habían convertido en lo que los hombres llaman estacas, pero estas eran extrañas, eran pequeñas, con una punta muy pronunciada en un extremo que era el que enterraban en nuestra tierra y la otra de un color rojo como la sangre de los humanos. Era una función de nunca acabar, una tras otra ponían estacas en nuestro suelo y el dolor se hacía cada vez más profundo, pero no podíamos hacer nada para detenerlos. Observamos detenidamente hasta que llegaron de nuevo a la carretera pero al otro lado de nuestra puerta, todo había terminado pero aún era latente el dolor de las estacas que se habían enterrado, nos habían marcado.

Pronto, los dos hombres guardaron los aparatos extraños en el vehículo blanco y se subieron a el, junto con el hombre elegante y la mujer hermosa, el vehículo arranco y se perdió por la carretera, el hombre mayor se sentó cerca a puerta y  tomaba un liquido de un extraño recipiente, y hablaba con los hombres de extrañas ropas, quienes luego de un par de palabras con el hombre mayor se subieron en su vehículo y se fueron hacia el lado contrario por el que se había ido el vehículo blanco, ya solo quedaban el hombre mayor, el hombre joven y nuestra niña. Entonces el hombre mayor se puso en pie y saco algo de su bolsillo, se acerco a nuestra puerta y esta vez por primera vez en mucho tiempo... nuestra puerta fue abierta, por alguna extraña razón la tensión vivida hacia una par de minutos se había disipado, ellos entraron con tranquilidad y caminaron como conociéndonos, nuestra niña caminaba tomando de la mano al hombre mayor, a quien en medio de las lágrimas le brillaban los ojos y el hombre joven sonreía.

Solo dieron una corta caminata y antes de irse nuestra niña visito al pequeño, acaricio sus hojas y recorrió el santuario, camino hacia donde la esperaban los hombres, cerró la puerta tras ella, el hombre joven monto su moto y espero que nuestra niña y el hombre mayor tomaran un vehículo blanco y azul y se perdieron por la carretera. De inmediato el pequeño comenzó a gritar: ella nos protegerá, vivirá con nosotros, somos su PROPIEDAD.

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